Escribientes

Ana


Otra vez tres horas de sueño. ¿Cómo puede ser que tenga tanto aguante? ¿Será el entrenamiento de las guardias? En fin. Me gustaría saber cómo voy a hacer para encontrar la ropa en la mochila sin hacer ruido para no despertar a toda esta gente. Maldita costumbre de embolsar todo. Y bueno Anette, vos elegís ir a hostel. ¡Dios! ¡puede ser que hagan tanto ruido las bolsas! La inglesa me va a comer cruda. Bueno, ya, me pongo lo que tengo a mano, total, cuando estoy de vacaciones todo me queda bien. Soy irresistible.
Mejor me voy a desayunar. ¿Qué habrá? ¿Otra vez omelette? Si. Menos mal que lo que se come cuando se está de viaje no engorda. Cuando vuelva me pongo a dieta, lo prometo. Y dejo de tomar cerveza aunque sea por un mes. Si este omelette es como el de ayer la cebolla me va a repetir todo el día, pero estaba tan bueno... Total, cuando uno está de viaje tampoco tiene mal aliento. Los viajes son un paréntesis en la historia.
Bueno, mejor arranco. Una última miradita a la mesa de enfrente. Que lindos que son los brasileros. Si lo veo a la noche me lo chamuyo.
¿Lloverá? No sé para qué me lo pregunto si igual no tengo paraguas. Es de mal augurio llevar paraguas de vacaciones. Ojalá que el vietnamita de la recepción está vez me entienda. El lenguaje de señas no es lo mío. Y no da que me ría de esa manera en su cara, voy a tratar de aguantarme. Nunca me reí tanto en mi vida. Bueno, me tenté otra vez. ¡Basta Anette! Va a pensar que lo estás gastando. ¿Y mi mapa? ¡Acá está! Menos mal, pensé que lo había perdido. Cuando tenga mi propio departamento voy a hacer un plotter en una pared con un mapa gigante, y voy a marcar todos los lugares del mundo que conozco. Amo los mapas.
Me encanta esta ciudad. Estar tan lejos, que sea todo tan distinto, que nadie me conozca. Me encanta que en esta ciudad la gente sonría tanto, y que no haya chicos pidiendo en la calle. ¿Para qué habré estudiado trabajo social? Me la paso sufriendo. Igual creo que es lo mío. ¿el trabajo social o el sufrimiento? Whatever. Que calor que hace, por Dios. Me estoy derritiendo. Se me debe estar corriendo todo el maquillaje. ¿Podré prescindir alguna vez del maquillaje?
¡Pará! No vayas tan rápido, estás de vacaciones. Que será esa comida que venden ahí. Acabo de desayunar, pero bueno, un tentempié no le hace mal a nadie. Aunque me da un poco de asquito. Vengo lavándome los dientes con agua mineral hace un mes, mirá si me intoxico por comer eso. Ya fue, me lo compro. También uno es inmortal cuando está de vacaciones.
Es tan grande el mundo que me angustia. Pensar que no voy a conocerlo todo. ¡Estoy en la otra parte del planeta! Si hago un pozo hasta el otro lado aparezco en La Plata. Guau.
¿Museo o feria? Deberías ir al museo Anette, ya no tenés más espacio en la valija para más artesanías. ¡Pero me gustan tanto! Bueno, voy al museo y si cuando vuelvo la feria está abierta paso un ratito. Ay Dios, esta vez pago exceso de equipaje seguro, no voy a poder zafar.
Me gustaría animarme a cantar en voz alta, siempre canto con la mente. Creo que es lo único que me falta para sentirme plena.


graciela


Mi mamá solía contar, muerta de risa, que mi nombre lo eligió el médico. Ella y mi papá estaban tan convencidos que yo iba a ser varón, que jamás, en nueve meses, habían pensado un nombre de mujer. Pasaron dos días conmigo ahí y seguían sin saber qué hacer. Entonces el médico, que ya había estado en los partos de mis dos hermanos, se cansó y tiró, se llama Graciela. Seguramente la historia no fue tan asi. No deben haber sido dos días, y capaz tampoco fue el médico. Mi mamá y la verdad no son grandes amigas. Mis hermanos y yo nunca tuvimos gripe, sino tuberculosis, ni mareos adolescentes, sino epilepsia, y todavía no tengo claro si  mi abuela fue realmente mapuche, o mi tío un militante armado de los 70.
Desde entonces ese Graciela anda conmigo para todos lados, y la palabrita pasó a ser de esas cosas que odié mucho tiempo, hasta que me resigné a que eso era lo que había, como la estatura, la nariz o la falta de tetas.
Graciela es lo que está siempre. Aderezado, según la época, de algo más.  Graciela, la hermana de Marcelo, la de Ramos, Graciela la fotógrafa, la mujer de, la de la radio, la petisita que fuma mucho. Ultimamente, la que vive en Boedo  y hace cosas para televisión.
Pero acá adentro la cosa es diferente. No hay nombre, solo sensaciones, pequeños momentitos. Caminar pisando las hojas en otoño. El desayuno en el bar, mientras leo el diario y escucho a los parroquianos hablar de fútbol. La delicia y la tortura de estar acá, en este mundo, ahora. Un día no voy a estar, y ese dolor de ya no ser está latiendo siempre. 
Lo que se vaya conmigo es lo que me define.  Un amanecer con el mar entrando lento por la ventana, y su cuerpo  perfilándose entre el azul, lánguido y sinuoso. Mis hermanos muertos de risa en el auto, un país que duele, las noches en el campo, mis solitarios paseos en lo oscuro, entre el crick crick de los bichos y el frescor tan esperado.  La mala costumbre de rumiar, de recorrer el pasado repasando cada gesto, cada palabra. Noches burbujeantes,  manos que cuando recorren me inventan.  Música, mucha música.  Y esa angustia acechante, esperando para atacar, lista para morder. Lo siniestro en lo cotidiano.


Mientras ande por acá seguiré siendo Graciela, seguirá la mixtura de los días burbujeantes y los terribles, seguirán los asaditos y los cafés, seguiré leyendo, caminando al sol, seguiré intentando una vida posible.

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